
Entro en la discoteca comiéndome el mundo. Tengo ganas de guerra y camino bien recta, intentando controlar los tacones y el suelo pegajoso que voy pisando. El DJ me saluda desde su podio, le sonrío y zarandeo la mano de forma exagerada y feliz, me giro y borro mi sonrisa falsa, para pedirle un chupito al camarero. Soy asidua a este local y me conocen todos, pero eso no quiere decir que todos me caigan bien.
Alguien se apoya a mi lado y pide agua. Al darme la vuelta para ver quién es descubro que el chico que me roza el brazo, ¡es él! Me tapo la boca y miro en dirección contraria apretando los dientes. La niña mala de mi interior está gritando de alegría, me vuelvo de nuevo hacia él y descubro que me está mirando con una ceja levantada. Le guiño el ojo y levanta las dos cejas sorprendido.
La sonrisa lenta que dibuja en sus labios me pone nerviosa. Su mirada promete cosas que tal vez ni está pensando, pero yo sí.
Me ponen el chupito y el rubio teñido de la barra, me pregunta si bailo esta noche. Niego haciendo que mi pelo largo se mueva por el movimiento, el flequillo ladeado cae en mi ojo y lo aparto resoplando, el camarero se ríe y me llama por mi nombre para pedirme que lo haga.
—Sí, eso, hazlo Carmen —dice la voz profunda y perfecta del cantante de pop más famoso del momento.
Me doy la vuelta hacia Sam que me mira aún apoyado en la barra, esta vez medio de lado, observándome con descaro. Me sonrojo.
—Seguro que tú bailas mejor que yo —le digo.
—¿Vamos a discutir eso?
—No discutáis —dice a gritos el camarero—. Ella es más sexi.
—No, no te lo discuto —contesta él al camarero.
Siento un hormigueo que baja por mi estómago invadiéndome todo el bajo vientre. Aprieto los puños sin dejar de mirarlo y siento sus dedos rozando la piel de mi brazo desnudo. Aquella noche había elegido un vestido negro, palabra de honor demasiado ceñido y corto. Sabía que no tenía nada que hacer y que no iba a ligar, estaba cansada de no comerme un rosco en aquel lugar y había ido guerrera.
De pronto mi cantante favorito me está rozando el brazo y mi piel se eriza al sentirlo. Resoplo y me giro hacia el camarero dando golpes con el vaso para que me lo llene. Trago rápidamente y me hago la distraída mirando hacia la pista. Veo a Sam, por el rabillo del ojo que llama al camarero para que me lo vuelva a llenar. No me lo pienso y me lo bebo. Nos miramos. La electricidad nos rodea y saltan chispas. Sí, chispas.
Me vuelvo totalmente loca, siento que entre mis piernas hay un festival de sensaciones y no puedo más. Me acerco a su oído y susurro un «no me provoques».
—¿Si no lo hago como vas a picar?
Río, pero además lo hago con ganas, lanzando la cabeza hacia atrás en una carcajada que sale de lo más hondo de mi pecho. Me eriza la piel y estoy a punto de irme al baño a meterme mano yo misma.
—Venga, nos vemos luego. —Creo que el error es que le guiño el ojo.
Me encamino hacia el baño. Tengo que alejarme de ese hombre o terminaré colgada de sus caderas delante de todo el mundo. Doy una patada a la puerta y me cuelo en el primer váter que encuentro. Una mano para el impulso al cerrar y encuentro a Sam mirándome con un gesto bastante evidente.
No hay más que decir. Tiro de él y cierro apoyándome contra la madera. Sus manos resbalan por el vestido negro bajando hasta el borde y sus dedos invaden mi sexo tan rápidamente que no me da tiempo a pensar. Gimo levantando una pierna y apoyando el pie, enfundado en un huen tacón, sobre el váter mientras me penetra con rapidez con dos de sus dedos, empujando hacia arriba y mordiéndome el cuello.
—¿No llevas ropa interior? —susurra casi sin aliento.
—Sabía que iba a encontrarme contigo —suelto, sintiéndome más descarada que nunca.
Busco la cinturilla de su pantalón y desabrocho los botones, mientras siento las embestidas de sus dedos. Bajo un poco su ropa dejando libre su sexo y lo agarro con la mano presionando lo suficiente para que gruña cerca de mi oído. Nuestras manos se enredan en caricias rápidas y llenas de lujuria.
Estoy tan mojada que solo tengo ganas de tenerlo dentro.
Se entretiene poniéndose un condón mientras mis dedos se enredan en su pelo, lleva varios pendientes en la oreja derecha y uno larguísimo en la izquierda. Vestido totalmente de negro y con mil agujeros en toda la ropa. Por un momento pienso que ir vestidos está sobrevalorado.
Me agarra del culo. No lo dudo ni un segundo y salto hacia su cintura rodeándola con mis muslos. Su miembro presiona en mi entrada. Tiro de su pelo en una súplica silenciosa y me besa devorándome con ansias mientras empuja dentro de mí con fuerza, nos movemos rápidos, ansiosos y cargados de deseo, sus caderas embisten una y otra vez contra las mías haciendo que me muerda el labio para no gritar. Pasa su lengua rozándome el hombro y susurra que me baje el vestido para verme. Lo hago sin pensarlo con una de mis manos y sujetándome a él con la otra.
Sus ojos se clavan en mi pecho libre y desnudo, ya que el otro no he podido descubrirlo y se inclina levantándome un poco para morderme el pezón. Había salido de casa sin ropa interior porque deseaba que pasase algo así, pero no daba un céntimo por ello. Nunca me pasan estas cosas.
Terminamos casi a la vez. Exhaustos por el esfuerzo. Aprieta mi trasero con su mano.
—Carmen…
Su voz resuena dentro de mí. Acabo de cumplir uno de los sueños más difíciles que existen. ¿Qué digo difícil? Era algo que sabía que jamás me pasaría. ¡Y mírame! Sudando junto a Sam, el líder del grupo de pop más importante del momento.
Sonrío, feliz y saciada y él captura mis labios en un mordisco sensual. Supongo que no volveremos a vernos nunca e intento grabar todo en mi memoria para el resto de la vida.
Me baja despacio, con la delicadeza más absoluta que he conocido nunca. Me ayuda con la ropa y me arregla el pelo. Sigo medio mareada y excitada.
—¿Estarás bien?
Asiento. Le ayudo con su ropa y salta la pared que nos separa del servicio de al lado, antes de bajar al otro lado me guiña un ojo.
—¿Nos vemos luego? —susurra.
Al salir Sam del váter unas chicas ahogan un gemido. Sabía que no estábamos solos y por eso ha salido por el váter de al lado.
Asiento, sabiendo que no volveré a verle, que esos hombres son tan inaccesibles que aún pienso en lo que me ha pasado, ¿puede que haya sido solo un sueño? Tal vez me he terminado metiendo el dedo, yo solita. Pero no, esto ha sido muy real, y lo voy a recordar siempre.
***
Estoy ajustándome los zapatos. Tenemos una fiesta privada. Me he puesto el vestido de baile para complacer al viejete del grupo. Ismael, a sus cuarenta y cinco años, manda más de lo que debe. Ya que la jefa soy yo, pero me convence con sus ojillos de cordero degollado y sus «zalamera y mocica» siempre tratándome como si fuera mi abuelo. Su hija tal vez podría serlo, ¿pero abuelo? ¡Se hace el viejo! Mis pensamientos cambian de derroteros y recuerdo los ojos brillantes de Sam al correrse.
—¡Que buenorro estaba! —suspiro recordando los agujeros en su ropa.
—¿Quién? —pregunta Dani.
—Conocí a un chico todo de negro, con pantalones rasgados, camiseta con agujeros aquí, y allí, y… —digo mientras señalo donde estaban. Cierro los ojos y gruño.
—¿Te lo tiraste? —Sus cejas levantadas y su cara de sorpresa me hacen reír.
Tiro del pañuelo que llevo enganchado al cuerpo, anudado a mi cintura, para luego bailar con él.
—¿No piensas contestarme? No claro, tú no eres de esas.
—Dani… —me dispongo a reprenderlo por preguntarme esas cosas, pero ¡qué narices!—. Sí, lo hicimos.
—¡Tú no eres de esas! —Está tan escandalizado que me da la risa. Me giro para trenzarme el pelo mientras noto que entran los invitados.
—No Danielito, yo si no estoy enamorada no me acuesto con un hombre.
—¿Entonces le conocías?
Lanzo la trenza ya terminada hacia la espalda y me encojo de hombros.
—Tal vez.
Salto del tablao y sin mirar a los invitados voy hacia Ismael que está con la barbacoa, riendo le estampo un beso ruidoso en la mejilla y escucho como se queja de que soy empalagosa. Detrás de donde estamos, Dani ofrece los canapés de mini pizzas que he preparado yo misma. Y alaba mi forma de cocinar. Froto la mejilla de Ismael, que me agarra por la cintura apretujándome en un abrazo cariñoso.
—¡Te voy a adoptar de papá!
Voy hacia la mesa mientras levanto la mirada y tropiezo con la de Sam, lo que me deja paralizada a medio camino.
Me giro de repente y maldigo tapándome la cara, no sé por qué hago esa tontería, pero ahí estoy yo, tapándome y de espaldas a él mientras Ismael me mira como si fuera tonta.
Sé que tengo que disimular, hacer como si no lo conociera. Es un cantante de pop y mejor si no se enteran de que hemos estado juntos.
Resoplo. Soy tan Transparente que seguro que ya se han dado cuenta todos.
Nos sentamos en la mesa y justo me toca frente a él. Sus primeras palabras me dejan tan noqueada que no sé si se me ha caído la mandíbula hasta el suelo.
—¿Sabes lo que me ha costado encontrarte?
—¿Qué? —digo con voz estridente.
—Eres la mejor bailaora de flamenco, ¿no?
¡Ah, era eso! Ahora tengo ganas de estrangularlo. El chico solo quiere verme bailar.
—Eso dicen.
—Tendrás que bailar para verlo.
—¿No me has visto bailando ya? —La Carmen traviesa se ha escapado y ronda por el jardín.
Veo a Sam aguantándose la risa, en realidad no bailé aquella noche, solo en el váter sujetada entre sus manos y su cadera.
—Creo que necesito algo más específico —dice apretando los dientes al terminar, sigue aguantándose la risa.
—¿Más? Pues vaya… voy a tener que subir a cambiarme.
Se ríe a carcajadas y empuja un vaso de chupito que ha llenado mientras nos picábamos uno al otro.
—Toma, igual necesitas un par de estos para «bailar«.
Jadeo, ofendida y frunzo el ceño.
—¡Verás!
Me levanto y hago que Dani toque para mí, uso todas mis armas más eróticas para bailarle. Veo de refilón como me mira embobado. Sí, le tengo atrapado entre el váter y un baile flamenco. Le quiero solo para mí, pero sé que no puede ser.
Bajo del escenario entre disgustada y cansada y voy hacia la casa. Estamos celebrando la pequeña fiesta en el jardín donde vivimos. Entro y me encierro en el baño, deslizo mi espalda por la puerta hasta sentarme en el suelo y suelto un gruñido enfadada.
Me gusta demasiado, creo que le amo desde siempre, desde la primera vez que vi su maldito pelo teñido de azul en una foto de Instagram. Unos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos.
—Carmen. — Vuelve a golpear la puerta, es Sam.
—Vete. No puedo seguir disimulando.
—No lo hagas. Te he estado buscando —dice provocando un silencio.
—No podemos ir más allá de lo que hemos ido, no me tientes.
—Sal y bésame.
—Capullo.
—Nos las apañaremos —su voz suena a suplica.
Abro la puerta y observo sus gestos, su mirada, su postura. No puedo creer lo que está diciendo.
—¿Qué dices loco?
—Pues eso.
Me agarra de las manos y hace que le abrace mientras sus labios capturan los míos y me besa, pero no es un beso fogoso, desesperado ni nada de eso. Es el beso. De esos que graban a fuego lo que el otro siente y que hace temblar las rodillas.
—Te he encontrado…
—Me he dejado encontrar. —Sonríe con sus labios pegados a los míos.
—¿Esas tenemos?
—Siempre, soy una rebelde.