Tiraba de la maleta con fuerza para subir los escalones. Debía pesar al menos doscientos kilos, era casi imposible arrastrarla. Una mano enorme se apoderó del asa y la levantó como si nada. Lidia se giró con rapidez para encontrarse con unos ojos azules enormes que la miran con una chispa de diversión. Dio un repaso rápido a su cuerpo que era fuerte y alto y de pronto sus mejillas ardieron con intensidad. Inspiró a punto de empezar a quejarse para que no la ayude, pero él ya está subiendo la escalera.

—¿A qué piso vas?
Lidia boqueó un par de veces sin saber cómo responder a aquella voz tan sensual y sacudió la cabeza para reaccionar.
—Al segundo, pero no quiero molestarte. —dijo intentando recuperar su maleta.
Cogió carrerilla y estiro un brazo para cogerla, pero él se dio cuenta y la subió al siguiente escalón.
—No es molestia, vivo en el segundo. Por cierto, me llamo Álex.
—Encantada, pero de verdad… No quiero molestar.
El chico se giró y con la sonrisa más pícara que había visto nunca le contestó divertido.
—¿Te llamas no quiero molestar?
—Me llamo Lidia.
Los dos se miraron un momento. Él se giró y siguió subiendo.
—Vivo en la puerta seis —dijo a su nueva vecina terminando de subir la escalera.
—Yo en la siete —contestó ella señalando la de enfrente.
—Vamos a ser vecinos ¡Al fin alguien a quien pedirle sal! La vieja de la cinco siempre está de mal humor. Y el señor de la ocho… mejor no te cuento.
Lidia soltó una carcajada al tiempo que el chico dejo la maleta y se despidió de ella para entrar en casa.
—Ha sido un placer —le dijo antes de cerrar tras él.
***
Un mes después y unos cuantos encuentros ocasionales y ambos empezaron a hablar con familiaridad como si fueran amigos.
Una tarde Álex estaba sentado en el último escalón. Lidia andaba algo despistada cuando casi tropiezo con él.
—¿Todo bien?
Levantó la vista para encontrarse con los ojos marrones de Lidia que lo miraban con curiosidad.
—Me he dejado las llaves dentro y estoy muerto de hambre —dijo entre resignado y enfadado.
Lidia jadeó al escucharlo y se puso a pensar, no parecía muy preocupado.
—¿Has llamado a un cerrajero?
—Mi hermano tiene una copia, pero no llegará hasta dentro de un par de horas, así que me toca esperar.
Lidia era una mujer muy atractiva, al menos para su gusto, la curva que marcaba su espalda antes de llegar al trasero, era su parte favorita después de otras cuantas más. La acariciaría y repasaría con dedos y lengua durante un buen rato. Casi vivía obsesionado con ello.
—¿Quieres comer en mi casa? —ofreció sonriendo.
—¿Qué vas a prepararme? —preguntó descarado.
—¿Macarrones? —dijo encogiéndose de hombros y pasando junto a él para abrir la puerta de su casa—. Aunque si no te apetece siempre puedes quedarte ahí sentado.
—¡Me parece perfecto! Ahora mismo me comería un tren si hiciera falta.
Lidia rio, «como le gustaba ese sonido», durante el mes que lleva conociéndola, siempre intenta hacerse el encontradizo con ella. Poder verla sonreír, o cuando bajaba la escalera, sus curvas marcadas por la ropa, el contoneo de su cuerpo al andar. Sacudió todos esos pensamientos y entró en su casa.
Era un lugar pequeño. Parecido a su apartamento, la cocina y el salón son uno, tan pequeño que la nevera estaba al lado del sofá. Una puerta daba al baño y otra al dormitorio. Se quedó mirando un momento esa última y su cuerpo tembló imaginando como sería entrar en ese lugar con ella entre sus brazos.
Lidia soltó las bolsas encima de la encimera y él se sentó en el sofá para observarla
—Puedes poner la tele si quieres.
—Prefiero charlar. Cuéntame algo sobre ti.
Lidia abrió mucho los ojos y luego sonrió. Empezó a guardar la compra y sacó una cazuela para calentar el agua.
—Pues trabajo en un banco…
—¿Cuentas dinero?
Lidia se rio con ganas. Se puso a echar los macarrones al agua dejando en suspense a Álex que sonreía travieso desde el sofá.
***
Sirvieron la comida y se sentaron en la barra de la cocina. Álex se levantó dispuesto a fregar lo que habían usado y Lidia le siguió. La estrechez de la cocina hizo que tropezasen un par de veces. Él observó el sonrojo de ella. Lo que provocó que se lanzase a rodear su cintura y robarle un beso.
Lidia ahogó un gemido cerrando los ojos y dejándose llevar, rodeando su cuello. Los labios de ambos jugaban en un beso profundo que casi no les dejaba respirar.
El timbre rompió el momento, Lidia se sujetó a la encimera donde estaba apoyada mientras él la soltaba con pereza mirándola con deseo.
—Tengo que abrir, debe ser mi hermano, le he avisado que estaría aquí.
—Sí —respondió Lidia, que no se atrevió a decir más por si le falla la voz.
Álex abrió la puerta a medias y murmuró algo, el tintineo de unas llaves cambiando de manos llegó hasta ella que seguía sujetándose a la encimera de la cocina, porque no se veía con fuerzas para soltarse. Los labios le ardían por el beso y todo su cuerpo sentía un hormigueo suave de anticipación. Estaba excitada y confundida con lo que acaba de suceder.
—¿Quieres que me vaya?
La pregunta la pilló desprevenida y se giró para verle agarrado al pomo de la puerta, no sabía si acaba de cerrar o era la intención de marcharse, lo que le mantenía sujeto a la puerta.
—No —murmuro con timidez viendo como volvía a acercarse hasta ella.
Su mano se deslizó por la espalda de Lidia buscando esa curva que tanto le apasionaba y tirando de su cuerpo para seguir besándola.
Los dos se movían impulsados por el deseo, buscando la forma de arrancar la ropa del otro. Lidia le empujó hacia su habitación y a medio camino saltó, enredando sus piernas a su cintura. Él la sujetó con fuerza por el trasero hasta que llegaron a la cama y la dejó caer sobre ella sin miramientos. Se arrodilló entre sus muslos y deslizó su camiseta arrastrando las manos por el vientre de Lidia, subía tan lentamente hasta sus pechos que ella ahogó un gemido de impaciencia.
Sus manos sobre sus pechos torturaban sus pezones, provocando que echase la cabeza hacia atrás dejando salir un gemido cargado de intenciones.
La camiseta de Lidia voló por la habitación y le siguieron los pantalones. Las caricias de Álex torturaban su piel con tanta lentitud que su cuerpo temblaba de deseo. Él saboreaba cada rincón, cada curva, dejándola casi al borde del orgasmo, pero al mismo tiempo impidiendo que llegase.
Él se situó entre sus muslos que estaban tensos y calientes, empujó contra sus caderas entrando en ella con ansia. Con ese deseo que llevaba un mes ahogando con excusas para no tocarla. Ahora ella deseaba lo mismo.
Empujaba las caderas con fuerza, buscando las suyas, sintiendo como su sexo resbalaba en su interior, provocando tanto placer que los gemidos de ambos se enredaban en el silencio de aquella habitación. El calor hacía que ambos cuerpos estuvieran resbaladizos, calientes y excitados. El movimiento de sus cuerpos solo los llevó al éxtasis, haciendo que ambos temblasen a la vez por el placer del orgasmo.
Álex se dejó caer a su lado, aún exhausto por el momento, ella respiraba con dificultad intentando recuperar el aliento.
—¿Te quedas a cenar? —preguntó ella.
La risa profunda de su vecino hizo que se girase, justo a tiempo de sentir su mano rodeándole cintura y tirando de ella para besarla.
—Todo el tiempo que quieras… —dijo entre besos.